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Crónicas desde el suburbano de Madrid.





En las arterias soterradas de Madrid, viajan miles de personas que son una muestra de la sociedad, desde el trajeado al indigente pasando por el personal obrero, todos son una muestra porcentual de la superficie poblada.
Como no podría ser de otra forma, se reproducen a escala todas las miserias humanas y todas las grandezas que distinguen a los humanos de los animales.
Quiero contar una historia vivida en persona en las mencionadas arterias urbanas del metro de Madrid.

Es una mañana de sábado, me preparo para abordar el primer vagón del tren, un primer vistazo al vagón antes de que abran las puertas, como de forma prudente hago siempre, me informa de que va con muy pocas personas, dos mujeres jóvenes y tres hombres también jóvenes, distribuidos a lo largo del vagón, observo que hay un cuerpo de mujer derrumbado lateralmente en una fila de 4 asientos corridos.
No detecto peligro ninguno y paso al interior del vagón de metro. Una vez dentro, veo que el cuerpo derrumbado (al que nadie presta atención, están todos absortos en las lecturas de sus aparatos electrónicos) es el de una mujer aparentemente joven, no veo su rostro pues lo tapa una impresionante melena de pelo negro. La miro someramente y creo detectar que no está dormida, más bien me da la sensación de que está inconsciente.

Me viene a la mente una escena de una película de Tom Cruise donde mencionaba que en el metro de Nueva York puede morirse una persona y estar viajando tres días hasta que detectasen su muerte.
Yo no quiero vivir de esa forma tan poco empática.
 ¿Y si esa persona necesita ayuda médica? –Me pregunto-  pienso en un coma diabético u otra causa análoga.
¿Es lícito que pase del tema yo también como hace el resto del pasaje con sentido común?
Yo desde luego a lo que parece, tengo poco sentido común y a veces me pongo en riesgo por meterme en temas ajenos, mi sentido Quijotesco a veces me pierde.
Me dirijo a la persona derrumbada sobre su lado derecho y le toco el hombro con golpecitos al mismo tiempo que le reclamo su atención preguntando si se siente bien.
No da señales de vida, repito con más energía los golpes sin obtener reacción, ante la ausencia de reacción ya me alarmo, me dirijo al resto de pasajeros que ahora si prestan atención, y les digo: ¡Joder, esto ya me mosquea, parece muerta!
No la toco más, no me atrevo ni siquiera a levantarle el pelo ni menos el intentar tomarle el pulso, al ser mujer puede ser muy peligroso en este país, si te encuentras con una respuesta descontrolada de ella.
Llegamos a la siguiente estación, advierto al pasaje que voy a informar al conductor del asunto, me bajo y como estoy en el  primer vagón, me acerco a la ventanilla del conductor y le reclamo que me escuche, para lo que baja el cristal de la cabina.
El conductor para el tren y entra en el vagón, se dirige a la mujer, tocándola de forma más prudente y moderada que yo, ante la ausencia de respuesta, con cara de preocupación, se va a la cabina y llama por radio a la base, vuelve diciendo que le ordenan que no se separe de ella, pero que no la toque, que espere a seguridad que llegará prontamente.
Nos quedamos todos esperando a Seguridad, algunos me miran torvamente por ser el autor del retraso, se acercan al estar el tren parado dos personas del vagón próximo que han advertido  a través de las ventanas de los vagones la situación, el resto mira sus relojes impacientes…
Pronto llega Seguridad, uno solo, resuelto se dirige a la desvanecida y sin miramientos, le grita y zarandea violentamente por el hombro, llamándola e interrogándola por su estado.
Al tercer zarandeo enérgico, parece salir del estado de inconsciencia y por sí misma se incorpora. Su mirada extraviada denota un estado mental de confusión, el de Seguridad insiste en la pregunta de cómo se siente.
Logra con dificultad balbucear una dificultosa afirmación, a continuación Seguridad le pregunta su nombre, ella responde haciendo un esfuerzo de memoria, pero ya cada vez está más consiente, ya responde a las preguntas de Seguridad del destino al que iba, de cómo se siente y si desea ayuda.
Ya responde que está bien, que solo quiere dormir y que se dirige a la última estación, -en un claro intento de que la dejen en paz- Seguridad se da por satisfecho, y le dice al maquinista que siga, el maquinista me dirige una mirada interrogativa, le contesto con un gesto de resignación y el tren se pone en marcha con un retraso de 15 minutos.

Me acomodo lejos de la mujer, a la que claramente se le ve signos de intoxicación, que está ya sentada con un gesto de contrariedad e ira y me mira torvamente.
Comienzo una plática con la mujer joven que tengo en frente, en voz queda, cuando la intoxicada se dirige a mí con voz estentórea y me inquiere: ¡Y tú que te pasa conmigo!
Bonita reacción de la persona que intenté ayudar para con “su salvador”.
Nada, -respondo- que te he intentado ayudar, pero ya veo que no lo precisas, tranquila y ve a lo tuyo (le digo en un intento de tranquilizarla) pero lejos de tranquilizarse, se realimenta su ira y comienza a insultarme.
En esto que la joven espectadora con la que había entablado la plática, interviene y la reclama silencio llamándola al orden.
La respuesta airada de la intoxicada provoca que la joven responda violentamente llamándola borracha de mierda…
Me preparo para intervenir con la fuerza,  pues la situación se está descontrolado, en esto que el tren llega a la estación siguiente, está muy concurrida, se abren las puertas y la intoxicada se levanta, me levanto para estar prevenido en caso de ataque violento, la intoxicada que no para de gritar a la joven que constantemente le reclamaba respeto, se baja del tren ante la mira sorprendida de los viajeros que no entienden la situación, la otra mujer joven, que también se baja en la misma estación, la acaba -ya en el anden- reclamando silencio mientras la llama desagradecida.
Nos sentamos, respiramos tranquilos y soltamos una sonrisa de complicidad la joven y yo mismo. Le explico que los varones en este país tenemos que ser muy cuidadosos y prudentes en nuestra relaciones con las mujeres, pues te puedes meter en un buen lío si tropiezas con una mujer problemática. Me dice que lo entiende al mismo tiempo que afirma con la cabeza sus palabras.

Llego a mi destino, me despido de la joven que reaccionó en mi defensa y me bajo del tren, satisfecho por no haber cedido al sentido común y haber obrado con arreglo a mis sentimientos humanos, mientras un sabor amargo me enturbiaba la mente al pensar en el resto de los pasajeros que habían permanecido al margen del asunto como si la cosa no fuera con ellos.
Pero esta es mi ciudad, en la que vivo o sobrevivo, con sus grandezas y sus miserias y yo os lo cuento.

Comentarios

  1. Es cierto que cada vez cada uno va más a su aire, e ignora a los demás. También es cierto que el sistema está pensado para que tengas problemas si te ocupas de otras personas y no tengas problemas si no haces nada. Y lo mismo el sistema de valores.
    Seguro que si le cuentas a mucha gente lo que has hecho más de uno te dirá "¿Y para qué te metes en líos?.
    Yo creo que en este país hace tiempo que faltan Quijotes y sobran Sancho Panzas.

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    Respuestas
    1. Interesante la afirmación de que el sistema está pensado para que tengas problemas si te ocupas de otras personas; así pienso yo también. Los próximos siempre me han dicho no te metas en líos…
      Pero eso es algo que no lo puedo remediar.
      Un saludo amigo Iván.

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  2. Avalón, hiciste lo que tenías que hacer, lo que todos tendríamos que hacer. Yo hubiera hecho lo mismo y me alegra pensar que hay personas que actúan en base a sus sentimientos humanos y no al ¿sentido común?.
    Sigue metiéndote en líos, es la única forma de ser tu mismo.
    Un abrazo

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  3. Muchas gracias por tu comentario y tu apoyo Bernardo, pienso que si algo nos diferencia de las bestias es la empatía, y ella es la única que nos dará esperanza de futuro.
    Un abrazo para ti.

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