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Visita al Palacio Real de España

Ayer visité por 1ª vez el Palacio Real después de casi 60 años a mi alcance, ayer le hice una visita turística.

Curiosas sensaciones las que experimenté, lejos de mi pretérito patriotismo, ese que me llevó a alistarme por peligro de guerra con Marruecos al viejo y veterano Tercio Juan de Austria.
Allí estaba yo rodeado de gentes venidas de fuera, asiáticos, americanos y europeos rubios, quizás como los que conocieron nuestros antepasados imperiales.

Los descendientes de aquellos herejes (entonces se les consideró de ese modo) y yo mismo contemplamos atónitos el Trono Real (aún en uso, sólo que para ocasiones de protocolo) con sus regios sillones y sus leones de bronce a los lados.

El resto de habitaciones son una exposición de retratos y utensilios de uso personal de sus regias personas, cuberterías porcelanas y demás.

Observamos los cuadros de sus personas, son rostros que no reconozco como biotipo español, van desde el “rostro temible” de Fernando VII  al rostro borbónico del rey Carlos III siempre en “postureo de cazador” hasta otros que me recuerdan a gentes de centro europa.

En la armería sólo ví armas y armaduras para los “postureos” guerreros en desfiles de sus regias personas, armaduras ricamente labradas y espadería varias, pero ningún acero sudado en combate, desde que las autoridades se llevaron el museo del Ejército a Toledo, no los he vuelto a ver, allí si había aceros “sudados en combate” y cueros bruñidos por el sudor del cansancio y el miedo.

Gentes poderosas que mandaron y cambiaron Papas y fronteras, que se nombraron adalides defensores de “la auténtica religión” incluso por encima de Papas, que al solo nombre de sus ejércitos (Tercios españoles) hicieron temblar al mundo entero.

En esas andaba yo, cuando pasé a pensar en minimalismo.
Comparé esa vida, ya solo polvo y oro lleno de polvo, vajillas y cerámicas ostentosas de indiscutible valor artístico, con mi vida sencilla y minimalista, salió perdiendo el Palacio y su forma de vida.

El ejemplar auténtico de oro puro de la distinción “Toisón de oro” me resultó igual a otras joyas, ni peor ni mejor, simplemente es lo que significa que te la concedan, que igual sería un botón rojo en la solapa de la chaqueta como los franceses, pero en la vida al parecer se vive de apariencias, por eso mismo, ante tanta “grandeza” recordé el acierto de la “grandeza de la austeridad del minimalista”.

Volví a mis “35 metros cuadrados de aire acondicionado y confort” de suelo de gres y paredes pintadas al temple blanco sin apenas muebles (todos ellos prescindibles) y me dí un reparador baño en mi ducha de plato.

Mi vida es simple y sencilla, no tengo muchas responsabilidades (que he ido dejado por el camino), no dispongo de enormes salones y suelos que cuidar ni enormes cantidades de cacharros que proteger mis 35 metros cuadrados me bastan para mis necesidades actuales, no envidié nada ni oro ni oropeles, ni fama (que puede ser buena o mala según a quién preguntes) y sobre todo: no tengo miedo que me quiten casi nada, pues casi nada tengo y lo que tengo lo aprecio poco.

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