Signos de estabilidad
Miro en mi entorno y me doy
cuenta que estoy sin lavadora desde el 2005.
¿Cómo es esto posible?
¿Cuál son los motivos de
ello?
¿A que es debida esta circunstancia?
Puedo tratar de explicarlo de
formas diferentes, achacarlo a factores varios, pero no deseo (ni es
conveniente) el auto engañarme.
Mi primera falacia sería
achacarlo a mi espíritu minimalista.
O decir que soy un antisistema,
o un ecológico etc, pero no sería cierto.
La verdad creo, es que los
humanos deshacemos el equipaje cuando creemos que hemos llegado al destino, al
parecer y a pesar de mi aparente estabilidad, mi psiquis no se da por enterada
de ello, para ella aún no he terminado mi viaje, es decir no me considera
estabilizado, por ello no echa raíces mobiliarias.
Mientras, me apaño lavando a
mano los pocos “trapos” que tengo, y ello me basta, me mantiene en alerta y en
forma.
Me interrogo sobre ello, una
lavadora no me cuesta demasiado (podría poseerla) pero la realidad es que no
quiero cadenas que me ralenticen en mi estado de “maletas preparadas” para la
migración hasta mi meta de estabilización, que intuyo que la primera barrera
está próxima ya, cuando alcance la jubilación legal puesto que ahora vivo un
simulacro de ella.
Afortunadamente adelanté mis
viejos deseos para cuando alcanzara la jubilación sin haber llegado a ella (por
el miedo a no vivir para hacerlo), fue una decisión premeditada, y creo que
exitosa: Vivir en libertad relativa.
Mi psiquis más profunda se
comporta como un piloto automático que me marca el rumbo, puedo hacer
modificaciones “finas” sobre el rumbo, pero no me permite cambiarlo
sustancialmente sin dolor psíquico, creo que sabe mejor que mi consciente lo
que me es conveniente y suelo hacerle caso no sin antes reflexionar sobre ello.
En definitiva, cedo a no
comprarme una lavadora hasta que llegue la estabilidad buscada, mientras tomaré
la situación como un entrenamiento del cuerpo y del espíritu.
He asistido por medio de la
observación diaria, la evolución de un indigente.
Llegó a la esquina bancaria
poseyendo un vaso de plástico de una hamburguesería cercana con el que
solicitaba una ayuda en metálico.
A los pocos días ya disponía
de un cartón donde alguien había escrito su situación de penuria.
Dos días después, agregó a su
“patrimonio” otro cartón para aislarle de frío del suelo y un raído y sucio cojín
que junto a una maleta roja rota conformaban su patrimonio actualizado.
Su estatus mejoraba a marchas
forzadas, recibía sustanciosas ayudas dinerarias, pero las alimenticias eran
mejores, incluso una anciana le bajaba puntualmente una taza de chocolate con
leche y otro le traía un bollo tierno, eso que yo viera en directo.
Un mes más tarde, el
incremento patrimonial era ya considerable: dos maletas para guardar cosas, un
pequeño colchón que hacía las veces de sillón y un carrito de supermercado para
el transporte de su patrimonio.
Todos los días que nos cruzábamos
la mirada, nos cambiábamos una mirada de empatía, sin darle yo nada salvo mi
sonrisa y mi mirada a sus ojos que él me devolvía, hasta que un día estaba allí,
bajo una pertinaz llovizna resguardado bajo un estupendo paraguas grande; fue
entonces cuando escuché su voz por primera vez al soltar una frase en un idioma
desconocido mientras reía y señalaba el paraguas con el dedo.
Se sentía feliz con su última
adquisición, se sentía estable, poseía dos maletas, un carrito para el
transporte de sus posesiones y un paraguas que al parecer era para él un signo
de bienestar.
Vino el frío intenso, no lo
he vuelto a ver.
Se dejó barba como yo mismo
me la dejé, yo me surto de los muebles que desechan mis vecinos, pocos porque
no necesito más, claro que mi poder adquisitivo es superior al suyo y no estoy
tan precario (aunque lo he estado) pero veo muchas similitudes entre esa
persona de otro país y yo mismo, y los dos tenemos posesiones apreciadas para
nuestra supervivencia, pero absolutamente prescindibles y fácilmente posible el
dejarlas atrás, pues se pueden proveer de nuevo, he incluso mejores.
¿Es la lavadora mi “tótem” de
estabilidad?
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