Jubilados y hábitos.
¿Cómo afrontamos la jubilación?
Cada persona es un mundo, creo que no hay dos iguales,
por esto mismo no hay dos jubilaciones iguales.
He estado un lustro preparándome para ésta (entonces
hipotética) nueva etapa. Ya poseo el músculo necesario, y con la ayuda de Dios,
espero culminar el plan establecido.
Un lustro de austeridad, me ha preparado para afrontar
el futuro.
Sabido es que subir de escala se hace con agrado, pero
bajar de nivel, eso duele mucho, ahora mi nivel no baja, si no que sube, no
mucho, pero sube. Tendré más estabilidad económica, y lo que es más
significativo una situación socio-económica definida. He traspasado el foso que
me separaba de la sociedad, el foso de los “descartados” del sistema
productivo, ahora estoy en el campo definido de los receptores
de pensión, he entrado en el colectivo numeroso de “votantes de la tercera
edad”.
Antes, cuando era del pelotón de los “descartados” no
se me tenía en cuenta, pareciera que no fuera ni siquiera votante en las
elecciones, como si no estuviera censado siquiera.
Mi interés ahora no es el de ocupar un tiempo de ocio,
pues provengo de un lustro de forzado ocio.
Intuyo que esta nueva etapa producirá fruto abundante.
Ya he aportado toda la documentación que me requiere
la administración, he firmado la petición de solicitud de jubilación tras 52
años de aportar al sistema de forma ininterrumpida.
Comienzo esta nueva etapa con serenidad, sabiduría y
con el propósito y el ánimo presto, a caminar lo que me reste en salud y
vitalidad hasta que Dios quiera.
Jubilados y hábitos.
Como digo más arriba son diversas las formas de
afrontar esta etapa, salgo casi de modo habitual a leer y sobre todo a
observarme a mi mismo en el espejo del prójimo jubilado, miro, observo y
analizo los comportamientos y los hábitos de mis hermanos mayores en el nuevo
paradigma.
Vengo desde hace unas semanas poniendo el foco de mi
atención en una perra de caza y en su dueño.
Esta perra está así misma jubilada forzosa, pero
mantiene el hábito de la caza que ha sido su vida en los últimos años, se llama
Lula.
No deja de señalar
“posibles presas” a su compañero de cacería, que está absorto en mantener
conversaciones con otras personas de edad del parque, un pequeño parque con
pinos y otras plantas que sirven de solaz a personas jubiladas de distintos géneros
y niños pequeños que juegan sin parar.
Como digo Lula no deja de señalar posibles presas, se
queda inmóvil señalando con la punta del hocico y con la pata delantera
flexionada en una posición que reconozco de las estampas de cacería que he
visto. Nada la distrae, ni los niños que juegan alrededor, solo furtivas
miradas al compañero cazador, (Lula no comprende cómo no dispara contra la
presa señalada).
La observo, es capaz de pasarse inmóvil un buen rato,
mientras el compañero sigue hablando. Se mueve alrededor del pino de gran porte,
sigilosamente, no pierde de vista a la paloma torcaz objeto de su atención, con
rápidas miradas al compañero le indica que está presta a saltar en pos de la
presa cuando caiga por el disparo.
Pero el disparo no se produce, Lula lanza requisitorias
miradas a su amo, no entiende cómo no dispara ya, es un blanco fácil y está inmóvil
en una rama alta del pino.
Por fin su amo
(que no la pierde de vista ni un momento) por complacerla se levanta del banco,
toma dos piedras pequeñas del suelo, y sin ánimo de hacer daño, las lanza sin
fuerza hacia la dirección de la torcaz, con la sola intención de hacer que la
paloma levante el vuelo.
Ésta cambia de árbol en un ágil vuelo, la perra inicia
un desganado intento de carrera, no ha escuchado el disparo y desiste
enseguida, devuelve al cazador una mirada
misericordiosa, como si comprendiera que la provecta edad de su dueño lo
ha mermado.
Regresa junto a él y le dirige un acercamiento
cariñoso, correspondido por su amo con una caricia.
Me acerco al cazador “jubilado”, acaricio a la perra y
le pregunto si han cazado juntos en el pasado.
-Si, hemos ido a cazar mucho tiempo, pero ya la salud
me impide salir al campo.
- ¿Qué edad tiene Lula? (le pregunto).
-Ocho años ya.
-Pues mantiene el hábito de la caza muy fuerte (le
replico).
-Si, hasta en casa, dormida se le ve soñando con la
caza.
-Nosotros cambiamos de hábitos por diversas circunstancias,
pero al parecer los perros, no (le replico). Desde luego (apunto reflexivo)
esta perra morirá haciendo que caza, debe de ser su instinto.
Me pregunto a mi mismo: ¿Cuál es el instinto del
hombre?
Me respondo: “sobrevivir es el instinto básico del
hombre”.
El perro cazador, solo cazar, y aunque ya no pueda,
morirá cazador, creo que en su simpleza, solo ese es su instinto, pues no tiene
el conocimiento de la trascendencia.
El hombre, (menos primario) tiene el instinto de
sobrevivir, incluso más allá de la muerte del cuerpo caduco.
Cree en reencarnaciones, en paraísos, y al final de su
vida, ve que todo ha sido “vanidad y dar golpes al viento” como dice Cohélet,
hijo de David, rey en Jerusalén.
Mi instinto es el señalado, trascender, mientras,
disfruto con la observación de mí mismo, en el espejo de los demás jubilados, y
aún me sorprendo de la complejidad del mundo.
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