Pícaros y picardías
Aunque pueda parecer
increíble, acabo de leer a mis 63 años “El Lazarillo de Tormes” de un tirón.
Esta edición* tiene un
prefacio de Gregorio Marañón, aunque yo diría que es un anti prólogo, o prólogo
crítico. Este prólogo induciría a tirar el libro a la basura, pero teniendo en
cuenta otras cuestiones, lo leo de un tirón, es corto y se lee bien.
Pero mi interés no es
prologar nada, es solo aclaración de lo que a continuación os voy a relatar.
Me adentro en las aventuras y
desventuras de Lázaro (que así se llama el protagonista) cuando para mi pasmo
leo aventuras sufridas por mí mismo como si de un dèjabú fuese.
Nuestras procedencias
paternas no son las mismas ni parecidas, pero sí lo son muchas de las aventuras
que se relatan en el libro.
Hoy quiero relatar la
coincidencia entre las de Lázaro y la mía: Lázaro por necesidad se hace
lazarillo del ciego y yo voluntariamente me presto de lazarillo para otro.
Tanto el ciego de Lázaro como
el mío, tienen el mismo carácter y la misma “mala leche”, y parecidos son los
desenlaces de Lázaro y yo mismo para con nuestros crueles “amos”.
Del desenlace con mi ciego,
debo afirmar, que me arrepiento de haberlo hecho de ese modo hoy día, pero
entonces era yo rehén del mundo, aunque tuviera rasgos cristianos de ayuda al
necesitado, como lo fue el voluntario oficio de lazarillo del cruel ciego, que
era gran pecador, de alma ennegrecida, del que no contaré nada más, para no ser
juez de nadie.
No os voy a referir este
episodio de Lázaro, deberéis leerlo en la obra el que quiera comparar, solo
relataré la mía.
Cifraba yo la edad de 15
años, era pequeño de estatura y me ocupaba en mi empleo de chico para todo de
un almacén.
Enfrente del almacén donde
trabajaba, ocupaba la esquina un ciego que intentaba vivir de la venta de
cupones de la Organización de ciegos, hombre alto y muy vigoroso, blandía un
bastón tipo “garrota de pastor”, que usaba más como arma agresora que como
guía.
Me pedía constantemente agua a grandes voces, cosa que yo le daba, la mayoría de las veces la tiraba con
desprecio al suelo, maldiciendo por “parecer caldo”…
Yo dejaba correr el agua del
grifo para que saliera fría, con gran disgusto de mi jefe que me reprochaba el
dispendio de agua.
También reclamaba mi ayuda
cuando necesitaba orinar, le tenía que acompañar al urinario público
cercano y traerlo de vuelta cuando
terminaba.
Como vivíamos en el mismo
barrio, me pidió que le sirviera de lazarillo hasta su casa, distaba andando
unos 25 minutos; de ese modo todos los días, al finalizar la jornada, servía de
voluntario lazarillo al ciego.
Me agarraba fuertemente por
encima del codo, cuando algo le perturbaba, apretaba fuertemente produciéndome
un calambre en el brazo.
A veces me soltó algún
pescozón, al tropezar con algo, pues alegaba que no era cuidadoso…
Pasado el tiempo, harto ya de
sus malos modos y maneras rufianescas, decido dimitir.
Pero lo hice de manera
inadecuada y también cruel (de ello me arrepiento).
Decidí hacerlo a la mejor
ocasión, y ella se presentó al volver a casa. Debíamos cruzar una avenida con
bastante tráfico, donde no había paso de peatones, se tenía que hacer con mucha
precaución, pues el tráfico era muy salvaje en aquel sitio en ambas
direcciones.
Iniciamos el cruce de la
conocida avenida por ambos, al llegar al centro divisorio entre sentidos de la
circulación, me zafo de su garra, y le digo:
“Está usted en medio de la
avenida, tenga cuidado que vienen coches, esto lo hago como castigo por sus
crueldades para conmigo, es usted un mal nacido, dejo a juicio de Dios el que
se salve o no”.
La voces y gritos del ciego
atronaron la avenida, las maldiciones y palabras soeces que me dirigía llegaban
fuertes a mi oídos, pero yo resuelto, tomé el camino de mi casa ignorando al
ciego en su desesperación y dejando su destino a juicio de Dios.
Cuando dejo de escuchar sus
gritos, vuelvo la vista hacia atrás y observo que está siendo ayudado por una
mujer a la que le está relatando algo con grandes gestos y ademanes.
Hoy no habría actuado de ese
modo tan reprobable, simplemente le habría mandado a la mierda, pero entonces
me movía en un mundo cruel y malvado y yo estaba contagiado de él.
*Colección Austral, Espasa- Calpe s.a. Vigésima edición 1973,
con prefacio de Gregorio Marañón.
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