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Somos una máquina de hacernos daño.




Observo a las personas de mí alrededor, de mi ciudad, de mi estado; también me observo a mi mismo, pero en mí mismo mejor me comparo con mis recuerdos de cuando me parecía a mis conciudadanos. Y efectivamente llego a la conclusión de que nos comportamos como una máquina de hacernos daño a nosotros mismos.
Nos hacemos daño todos los días, a todas horas, en todo momento, pero batimos record en las fiestas tradicionales, las de diciembre, las de noche vieja, las de año nuevo, la del 14 de febrero, las vacaciones veraniegas, y así seguimos todos los eventos diseñados para hacernos más infelices y sentirnos desamparados o desigualados por comparación.
¡Pero que dices, imbécil! Me dirá alguien…
No lo digo yo, me lo demostráis todos, todos los días y en todo momento.
Uno de los mayores daños que nos infligimos, es por medio de la copia de actitudes ajenas o simplemente por seguir las pautas que marcan los medios de propaganda.
Claro nos dicen que es tradición, una tradición que han convertido en religión, en un dogma, amasan y pervierten el sentido de una conmemoración religiosa en una conmemoración pagana, y es ahí donde empieza el problema.
Lo que empezó en nuestra cultura como una conmemoración de alegría por un Nacimiento Excelso, se cambia, disfrazada de empalagosa miel, de reunión familiar, una reunión que exige un importante dispendio económico para una cena familiar pantagruélica de la que es difícil salir indemne de sus excesos.
Eso si solo se queda ahí, pero si se da algún condicionante añadido, como el no tener poder económico para realizar la cena, la falta forzada de alguien próximo o inexcusable, tendremos drama añadido.
La competición entre familias por “la cena” en cuanto a cantidad y presentación, a las asistencias o a la falta de ellas, sirve de roces, envidias, maledicencias, rencores y demás componentes humanos. Todo esto desvirtúa el sentido primigenio de la “celebración” y la convierte en una máquina de producir daño.
Si a este panorama, sumamos la incesante propaganda de los medios, si además no cumplimos las expectativas, consiguen que el número de personas que dicen odiar la navidad u otras fiesta similares, crezca. Han cambiado una fecha de alegría por un evento nocivo.
Es el resultado de hacer de una tradición, una comedia de consumo desaforado y un ejemplo de soberbia.
Sabiamente nos han metido de “matute” al santa, ese gordito que se va riendo por los tejados…
Claro yo soy más de reyes magos, y no de arbolito.
Desde que me liberé de la “tradición” por medio del sentido común de mi minimalismo, celebro en estas fechas (aunque sea espiritualmente) el Nacimiento del Señor, y aprovecho que están en su casa mis seres queridos auto dañándose con la comedia de la “tradición” para ir a saludarles a horas  fuera de lo habitual en días normales, y allí soy testigo también de su error, ni que decir tiene que no soy en absoluto comprendido, no me reprenden explícitamente porque me quieren y no desean ofenderme, pero soy consciente de que me tienen por “rarito”.

En mi paseo vecinal, una vecina me inquiere sobre cómo pasaré la noche, si solo o en familia, le explico que cenaré lo habitual en mi casa, para posteriormente ir a saludarles y aceptar un trozo de turrón y una larga conversación con ellos, cosa que el diario devenir nos impide hacer.
Otra contertulia, se desata y manifiesta su indignación con su hijo. Ella es mayor ya, todo el año está sola y solo acuden a ella en busca de beneficio. Hoy la ha llamado su hijo para decirle que van  a pasar la noche con el tío Antonio, y que si quiere, puede acercarse ella a la casa del susodicho Antonio. Ella se ha excusado de ir. Aquí tenemos un ejemplo de lo que afirmo más arriba, se han comportado como una máquina de hacerse daño.

Extraño relato de navidad me ha salido, yo prefiero el que he publicado en la entrada anterior, pero este es completamente actual. En el anterior no existía el consumismo, hubo amor por el prójimo y sentido de verdadera tradición navideña, aunque era agridulce.

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