Jubilación.
Ya ha llegado la fecha tan
esperada, inicio los trámites para solicitar esa situación social: la de
jubilado.
Hasta ahora estaba
forzadamente en la situación de parado de larga duración (que es la manera cortés
de definir “la de parado de imposible colocación” es decir lo que se conoce “como
un descartado del sistema productivo”).
Termino con el último trámite
de presentarme en la oficina del paro para entregar los justificantes de mi
situación socio-económica (declaración de la renta), y ahora tengo que subir
otro escalón: la jubilación, que tras 47 años 8 meses y 1 día a fecha del mes
de agosto del año 2015 suman 17.410 días dado de alta (donde no se cuentan los
2 años entregados al estado en el servicio militar obligatorio).
Trato de hacerlo por internet…no
consigo superar esa prueba, trato de pedir cita por teléfono, tampoco consigo
mi propósito, y como último recurso, me presento en el edificio del INSS.
Consigo una cita para dentro
de un mes.
No me perturbo por ello, si
he sabido esperar 50 años, unos meses
son una nadería, incluso los voy a disfrutar, pues cada tiempo tiene su sabor y
su color.
Echo la mirada atrás, muchas
décadas atrás, hasta cuando me dieron la cartilla de la seguridad social allá
por los años sesenta del siglo pasado, y recuerdo vívidamente lo que pensé y
sentí en aquel momento: “era un documento escrito a mano y máquina que
representaba una circunstancia y era una promesa”.
Circunstancia que representaba: que era un contribuyente al
sistema de pensiones y al mismo tiempo era mi seguro médico, y una promesa
(perseguida por todos y alcanzada por no todos) la de que al final de tu vida
activa, cuando ya te cueste trabajo el buscar el sustento diario, podrás
disponer de una renta mínima de subsistencia.
Constaté como mi padre, después
de perseguir esa esperanza no la alcanzó, dos años antes una enfermedad acabó
con él, había cotizado desde el principio, había dado al estado cinco años de
su vida en una guerra, y al final no alcanzó esa esperanza.
Constato cómo hoy un vecino
previsor y agraciado por el sistema, ha conseguido jubilarse anticipadamente, sólo ha cobrado un mes, un ictus le ha
cercenado la esperanza.
Es como un juego, nadie sabe
hasta qué nivel llegará, por lo que no tiene sentido ninguno prever, solo tiene
sentido el fluir.
Inicio una crónica sobre esta
circunstancia en la que no sé hasta dónde
llegaré, ni si me conviene seguir…
Estará trufada de
pensamientos pasados, de vivencias y aventuras vividas o por vivir, nada es
cierto salvo el final, y eso, tampoco es el final.
En esta nueva etapa (y lo
cuento como curiosidad) coincide mi edad para la jubilación, con la caducidad
del documento de identidad, del seguro del coche, de la cartilla sanitaria y de
muchas cosas más, que pareciera una conjura para CADUCAR todo en el mismo año.
Preveo que comenzaré de nuevo
en todo: cartillas, documentos varios, domicilio, conexiones a redes y un gran
abanico de cosas que voy previendo en una lista de acciones futuras…
Es un ocaso con mil senderos
por delante, pero lo afrontaré con firmeza y esperanza, pues Dios está conmigo.
Seguiré con la crónica, ó no,
solo si Dios quiere.
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