Paseaba yo por la calle Hortaleza de Madrid, eran las 20:30 horas, como es acostumbrado ver en esa calle, una multitud de gentes llenaban las aceras, cada uno a su “bola”, pandillas de chicas haciendo el ridículo con unos ridículos accesorios procaces en la cabeza (estaban de despedida de soltera de una de ellas), cuando me cruzo con un niño de unos 4 años, entusiasmado con un juguete luminoso, era un pequeño molino que tenía las aspas de diodos de colores que al girar producía un efecto luminoso visual muy vistoso. Como estaba con sus padres y algunos amigos de ellos, me agacho hasta la altura del chaval, y le digo entusiasmado ¡Como mola! ¿Me lo das para mi niño? Ante la sorpresa mía y la de sus padres y amigos de ellos, el niño que estaba entusiasmado con su juguete, me lo regala… Yo que en mi malicia, le tenté para ver su espíritu ruin y egoísta, me golpeó en toda la boca con su gesto generoso. Me desarmó, tardé en reaccionar, me acordé del pasaje del Evangelio...